Nuevas teorías de la evolución conciben la naturaleza en su conjunto como un sistema complejo, una especie de cerebro universal que piensa continuamente en cómo adaptarse para permanecer en el Universo. Todas las formas de vida de la Tierra tienen una función integrada en está computadora planetaria, desde los seres invisibles como las bacterias, hasta los grandes primates, como los humanos. Todos están interconectados a través de una gran red y todos cumplen las reglas que impone está maquina de aprender universal, persistente en su instinto de supervivencia. Una de estas reglas, es la de la agrupación. Desde el comienzo, nuestros antecesores, las primeras células, se organizaron en colonias multicelulares. Si una de ellas quedaba separada del grupo, enseguida empezaba a dividirse para crear una nueva sociedad que le facilitara su existencia. Trabajando en equipo, podía enfrentarse mejor a los problemas que les planteaba el entorno y evolucionar hacia organismos más complejos. Pero sin cooperación no hay agrupación, y esta es la segunda regla del cerebro global. La cooperación es necesaria para la supervivencia, aunque a veces implique la autodestrucción en beneficio del grupo. Fijémonos en las redes neuronales de nuestro pequeño cerebro. Los nodos de neuronas que son más hábiles en resolver problemas, se ven reforzados con más dendritas y más sinapsis, hasta ganar cada vez más espacio y más interconexiones. En cambio, aquellas neuronas cuyos esfuerzos resultan inútiles para tomar decisiones, pierden sus conexiones eléctricas y acaban por desaparecer. Este mismo mecanismo biológico se repite entre los grupos de individuos, ya sean personas o animales. La competición por el poder y la fuerza, convive con el altruismo autodestructivo de algunos seres, y es que la maquina pensante universal prefiere a los individuos que pueden resolver los problemas que les plantea el entorno, y por tanto estos se mantienen fuertes. Pero aquellos que no pueden ejercer un control sobre los problemas que lo rodean acaban siendo víctimas del estrés de su sistema inmunitario, que les falla, hasta que enferman y mueren. El cerebro global, como ocurre con las neuronas, elimina a los individuos débiles programando su autodestrucción. Este fenómeno psicológico se conoce como “desamparo aprendido”. Cuantas menos habilidades sociales tiene un individuo, más fácilmente se verá excluido del grupo y más tendera a la depresión que dañara su salud. De alguna manera se trata de un sacrificio inconsciente inscrito en nuestros genes para salvar a la comunidad, que se ve fortalecida si corta los vínculos con los individuos débiles. Los individuos fuertes, al sentirse recompensados socialmente, vivirán más. Parece cruel, pero obedece las reglas del cerebro universal y es lo que dicen las ultimas teorías de la selección de grupo.
martes, 26 de agosto de 2008
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